Edgardo Bergna
Maximiliano Cladakis
Hegel sostenía que la filosofía era uno de los momentos fundamentales del despliegue espiritual de un pueblo. Cada pueblo, cuando filosofa, se piensa a sí mismo y lleva al concepto lo que él es en la experiencia histórica, su relación con los otros pueblos y su relación consigo mismo. Grecia, Roma, la Cristiandad, la Francia Revolucionaria y la Alemania Imperial. La filosofía se nutre y se arraiga en el mundo histórico para universalizarse en el campo de lo inteligible. La panacea de las ideas, sus cielos claros y elevados, donde el sol de la razón ilumina cada recoveco sin dejar nada librado a las sombras, surge de aquel mundo trágico, desgarrador y desgarrado, terrible, inefable, antinómico, azaroso, repleto de puntos oscuros, de círculos sin cerrar, de vidas sin realizarse, de proyectos truncados apenas nacidos, de ese mundo que es nuestro mundo, el mundo en el que nosotros, como seres terrenales y finitos, gozamos y padecemos, actuamos, amamos, vivimos y morimos. El pensamiento, aún el más universal y abstracto, brota de aquello que José Pablo Feinmann llama en su último libro “el barro de la historia”.
Sin lugar a dudas Hegel tenía razón al señalar a la filosofía como momento de la vida espiritual de los pueblos. Sin embargo, Hegel también se equivoca. Por un lado, para él, tanto América Latina como los demás pueblos de los que pertenecen al hoy llamado “Tercer Mundo” están exentos de espíritu, no tienen, por tanto, vida espiritual. Por otro, según el filósofo alemán, la filosofía siempre pinta “gris sobre gris” y debe también de “guardarse de ser edificante”. La filosofía no transforma (ni debe intentarlo) el mundo, sino que tan sólo lo describe. Precisamente, la tan conocida frase acerca de que “el búho de Minerva levanta vuelo al atardecer” no dice sino eso. La filosofía (el búho de Minerva) surge cuando ya está todo hecho, en el ocaso de los pueblos, cuando ya no queda nada más por hacer.
Con respecto a lo primero debemos decir que no sólo nuestra América tiene una vida espiritual, sino también que todos los pueblos la tienen. Más allá de las definiciones que puedan atribuírseles a la palabra, el “pueblo” es siempre un pueblo humano. Y una de las características centrales de la vida humana es ser una vida espiritual (en tanto negación de las determinaciones de la naturaleza a partir de la transformación de esta por medio del trabajo). Claro, Hegel habla de un Espíritu con mayúscula que deviene luego Espíritu Absoluto en el Imperio Austro-húngaro. Lo que se inicia en Grecia llega, para Hegel (más precisamente para el Hegel maduro y que ocupa un cargo de funcionario dentro del mencionado imperio), a su akmé durante el reinado de Guillermo III. En este, supuestamente, todas las contradicciones históricas encontraban su superación en una síntesis final que sería algo así como el broche de oro de la Historia. Efectivamente, según Hegel, la Historia había llegado a su fin. Como es sabido, esa misma Historia demostró (tal vez no a él, pero si a los que nacimos después) que se había equivocado. Estados Unidos, la Revolución Rusa, el Tercer Reich, las dos Guerras Mundiales, el ocaso de Europa, el surgimiento del “Tercer Mundo”, Hiroshima y Auschwitz. La Historia siguió, a pesar de la Filosofía del derecho y de la Enciclopedia.
En lo que concierne a la tesis de que la filosofía sólo debe describir el mundo; la visión de Hegel es, mínimamente, limitada. En la Crítica de la razón dialéctica Sartre sostiene que toda filosofía es práctica. En este texto se divide la historia de la filosofía moderna por etapas de acuerdo a los procesos sociopolíticos de Europa. Descartes y Locke representan el momento de ascensión de la burguesía, Kant y Hegel la consolidación de esta como clase hegemónica, Marx la irrupción del proletariado como clase revolucionaria. En efecto, la filosofía brota de un mundo del cual es su imagen teórica pero luego opera en ese mundo a modo de principio rector. Su manera de interpretar el mundo implica ya una transformación o conservación de este. La filosofía no es un juego inocente. Por el contrario, como bien dice Marx en la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, es un arma. El pensamiento de Nietzsche se nutre, en parte, del horror de las clases altas ante el advenimiento de las clases populares; de la misma forma el pensamiento de Nietzsche sirvió (sea o no lo que este filósofo hubiera deseado) para fundamentar teóricamente algunas de las políticas de la Alemania hitleriana (y, vale agregar, para fundamentar hoy el neoliberalismo como sistema mundial). Teoría y praxis se dan, por tanto, en una dialéctica en la cual la una se nutre de la otra y viceversa.
Es, entonces, a partir de estas dos “equivocaciones” cometidas por Hegel desde donde Papeles se propone pensar. Por un lado, pensar nuestro continente, su historia cultural, material y política, su pasado y su presente, y también la posibilidad, no de prever, pero sí de proyectar horizontes futuros. Somos argentinos y ser argentinos implica ser latinoamericanos, lo que significa ser “el patio trasero”, la periferia, el lugar de la opresión. Es pensar desde el lugar del esclavo hegeliano. Tal vez este sea el motivo fundamental que nos mueve a la creación de este espacio: realizar una filosofía del oprimido, una filosofía que, como pedía Sartre, vea al mundo desde los ojos del más explotado. Obviamente, los latinoamericanos no somos los únicos explotados. La explotación se da en todas las sociedades en las que impera el capitalismo; incluso, en el “Primer Mundo”. Sin embargo, este es nuestro lugar, Latinoamérica, y es en él donde realizamos nuestra historia y, por lo tanto, desde donde pensamos.
Por otro lado, si bien, como dijimos, nuestro motivo fundamental es pensar desde la óptica del más explotado, dicho pensar tiene también un claro objetivo político: la liberación. Pues pensamos la opresión en pos de la liberación. La liberación, a su vez, es doble: por un lado, es liberación con respecto al Imperio; por otro, es liberación con respecto al capitalismo. La situación histórica hace que la liberación nacional (contra la opresión imperialista) sea una liberación popular (contra la opresión capitalista) y que la liberación popular sea una liberación nacional. Para el “Tercer Mundo” alcanzar la soberanía implica romper las relaciones de sometimiento con las grandes potencias. Esto significa quebrar con la dinámica propia del capitalismo en expansión. Quebrar con esta dinámica, por su parte, es plantear un sistema alternativo a esta, un sistema que tienda ineludiblemente al socialismo, del cual Venezuela, Bolivia y Ecuador, sean, tal vez, las manifestaciones más claras.
Siempre se tuvo la sensación de que en América Latina estaba todo por hacer. Hoy en día, algunos entrevemos la posibilidad de iniciar un nuevo camino hacia la libertad y la justicia; un camino no exento de luchas y de batallas, pero que al fin, tras tantos años de miserias, genocidios y traiciones, nos brinda una esperanza. En Papeles del Pensamiento Latinoamericano tenemos la firme convicción de que el búho de Minerva también puede comenzar su vuelo al amanecer.
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